A Lhardy no lo herido de muerte el Covid-19. El histórico restaurante de la carrera de San Jerónimo, 8 –a pocos pasos de la madrileña Puerta del Sol– le está haciendo daño lo que otrora le hizo sobrevivir. Su ubicación. La pandemia ha puesto la puntilla, es cierto, para que este emblema de la sofisticación gastronómica se haya quedado huérfano de clientela hasta el punto de entrar en preconcurso de acreedores. ABC viene contando, desde el verano, que el comercio tradicional y centenario está pasando las de Caín, y en el sector de la restauración de la capital casi todos sabían que esta noticia terminaría por llegar. Lo que nadie espera, y sus propietarios menos, es que dentro de tres meses los titulares tengan que reflejar la muerte de este icónico establecimiento. «Tenemos tres meses para intentar que el restaurante no quiebre», explica a este diario Javier Pagola, gerente y nieto de los antiguos propietarios que se hicieron con el local en 1926.
La historia de Lhardy se remonta mucho más atrás. Fue en 1839 cuando abrió sus puertas. No es el 'más antiguo de Madrid' dando de comer –Sobrino de Botín, le saca un siglo y 14 años– aunque sí que presume de haber sido el primero en fundar el concepto moderno de restaurante, como lugar hedonista, en la capital. A sus 182 años de vida ha visto pasar tres siglos por la puerta y por sus salones la historia de Madrid y de España con la que le gusta medir la suya propia. «Abrió cuando Madrid era Corte de la Reina Gobernadora y acabada de estrecharse el abrazo de Vergara, entre Espartero y Maroto», han presumido siempre.
Ocho años de obras del complejo Canalejas
Su amenaza de desaparición –su tienda, su obrador y su restaurante siguen abiertos y luchando por no dejar de hacerlo– es una llamada de atención a Madrid. A la clientela que un día le hizo ser el gran restaurante de la capital: el madrileño. «Sin turistas internacionales no podemos dar ni servicio de cenas, por eso decidimos abrir solo al mediodía. No estamos en esta situación solo por el Covid-19», recalca. «Han sido varios factores. La pandemia nos ha rematado, es cierto. Pero nosotros venimos de sufrir ocho años de obras del complejo Canalejas justo en la puerta del local. Los últimos seis con una valla de obra delante de ella. Además acusamos muchísimo las restricciones de Madrid Central. No hay turistas internacionales. Ha sido una detrás de otra...», enumera. «Al final nos hemos quedado sin músculo financiero», concluye.
Desde la Academia Madrileña de Gastronomía apuntalan la idea de que los establecimientos «muy centrados en el turismo internacional, como los centenarios y los tablaos flamencos, llevan un año sin recibir prácticamente clientes». «Empiezan a quedarse sin recursos para continuar su actividad», describe la dramáticas situación de esta parte del sector, Luis Suárez de Lezo, su presidente. «El problema es que con la finalización de los ERTE a 31 de mayo habrá que ver si en un entorno de vacunación y mejora general se mantienen o no la devolución de los préstamos ICO y la previsible no recuperación del turismo. O, si por el contrario, estos establecimientos reciben una ayuda directa. De no ser así, vamos a perder un producto único en el mundo de un valor cultural, histórico y turístico incalculable», lanza al aire. «En mi humilde opinión, Madrid no debería perder un activo tan importante para la ciudad y para el país», asegura sobre la amenaza de quiebra de Lhardy.
Sus salones, han conservado el encanto francés con el que fue creado por su primer y polifacético propietario: Emilio Huguenin (Emilio Lhardy, en Madrid). «Reportero en Bésançon, cocinero en París, y 'restaurateur', con establecimiento propio, en Burdeos», reza en la historia escrita de Lhardy. Ahora, reducido su aforo a la mitad, y sin perder ni un ápice de su esencia, apenas logran reunir clientes a mediodía. Justo en el mismo lugar donde otrora hubo bofetadas –simbólicas– para lograr mesa desde el siglo XIX. Su fama viene de lejos. Pascual Madoz lo incluyó en su 'Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar' (1845-1850). Por sus mesas han pasado Isabel II, Alfonso XII –al que acompañaban el duque de Sesto, Benalúa, Tamames y Bertrán de Lis, recuerda esa historia– y Alfonso XIII.
Seis salones –el isabelino, el blanco, el sarasate, el gayarre, el tamberlick y el japonés– en los que luce ahora, más triste que nunca, el peso de sus anécdotas. Sus manjares no solo han seducido a reyes. Consta en sus libros de reservas el nombre y el recuerdo de personajes tan diversos como Miguel Primo de Rivera, Manolete, Mata-Hari, Federico García Lorca, Benito Pérez Galdós, Ramón Gómez de la Serna, Ortega y Gasset o Jacinto Benavente, por nombrar algunos. En el japonés se decidió el nombramiento de Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República. «Con el estímulo de manjares y libaciones, se han decidido derrocamientos de reyes y políticos, repúblicas, introducción de nuevas dinastías, restauraciones, regencias y dictaduras», han presumido siempre.
Ahora, aunque lejano, está el sueño de que la actual familia propietaria de Lhardy vea cumplir un siglo de la célebre tienda-restaurante en sus manos en 2026. «Ojalá», desea Pagola. Mientras miran su reflejo en el espejo de ese salón japonés y se preguntan si, como solía decir otro de sus mejores clientes, Azorín, sus sombras se esfumarán en la eternidad. Hoy hace frío en Madrid, más frío que ayer, y en Lhardy siguen sirviendo su célebre consomé, si se tiene prisa, y su cocido madrileño con nombre propio, si no. Si se quiere poder seguir disfrutando de ellos, más vale que el madrileño acuda a su rescate. Si puede ser hoy, mejor que dentro de tres meses. También lo dijo Azorín: «No podemos concebir Madrid sin Lhardy».
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